El 2 de diciembre de 1979 se jugó el último partido en el templo de avenida La Plata. a 31 años, lo recordamos con nostalgia pero con la satisfacción de que siempre estará presente en nuestra memoria.
(Nota de la edición impresa Nº 217)por Eduardo Bejuk
De todos los milagros que hizo San Lorenzo, ninguno cómo éste. Porque a pesar de los años, de las gambetas del olvido, de la bajada de línea moderna, de las brumas que esconden las verdades, el Gasómetro de Avenida La Plata fue capaz de resistir. Y vivir para siempre, sin revelar el secreto de la juventud interminable. Está ahí. Como la última vez que alguien pateó la pelota en su césped, aquel clásico contra Boca que le cerró las puertas a la emoción de tablón crujiente.
Está ahí. En las viejas hazañas de Farro, Pontoni y Martino, con 90 goles en un campeonato de ensueño; en los gritos contagiosamente optimistas de Sanfilippo y Scotta; en la invicta fe de Los Matadores; en cada jugador que se jugó la vida yendo a trabar. Nunca se irá el Gasómetro. Nunca. Yo lo veo inconfundible, como cuando mi vieja me llevó en brazos, andá a saber a qué partido, orgullo de sacar chapa porque alguna vez estuve ahí.
Vos, por ahí, no. Sos pibe. Creciste con el Nuevo Gasómetro. Y te contaron mil veces que hubo un templo maravilloso, donde desfilaba la Selección Nacional, donde Santana tocó la guitarra, donde Troilo le sacó lágrimas al bandoneón. Y donde se hizo carne la mitología cuerva en su máxima expresión: los cantitos inéditos, las rimas que nadie conseguía imitar, los papelitos que empalidecían el verde billar de nuestros sueños. Está ahí. Cerrá los ojos y recordalo con su estruendo de voces sanlorencistas.
Cerrá los ojos e imaginalo como te lo describió tu abuelo, con todo el combo de pizza en la esquina, tranvía cargado hasta la manija, banderas en la espalda para acompañar la caminata hacia el triunfo seguro. Está ahí. Con los cuatro goles del Bambino en media hora, para que la hinchada de Boca prefiriera retirarse de la casa paterna con el orgullo roto. Está ahí. Sin descensos, sin mácula, traicionado por innombrables que le dieron la espalda a la gloria de nuestros colores.
Cada vez que pases por Avenida La Plata lo vas a ver erigido en su grandeza, repleto de sol dominical, hermoso como lo concibió el padre Lorenzo Massa. Patea Scotta, se manda el Sapo Villar, la para el Lobo Fischer, sale jugando Albretch, gambetea el Bambino y vos, con la vista clavada en el cielo, ves cómo el grito sube y sube, imparable, desde los tablones a la eternidad. “¡El-ci-clón, el-ci-clón!”, graznan los cuervos. Y el Viejo Gasómetro, siempre ahí, más joven que nunca, les da un abrazo que les acaricia el alma.
No hay comentarios:
Publicar un comentario