Querrán saber si estuviste ahí
por Eduardo Bejuk
No
sé cómo crujían los tablones, pero me lo contaron. Tampoco pude ver cómo se
iban los hijos por José Mármol, antes del segundo tiempo, por si el Bambino les
metía cuatro más. No supe del tranvía misterioso, ni de la tribuna de niños, no
alcancé a escuchar el alarido por algún golazo de Sanfi ni me colgué del
tirante que bajaba del cielo, como el canoso que me cuenta, entre lágrimas, de
qué se trataba esa fiesta. Quizás vos tampoco, seguramente usted sí. Pero San
Lorenzo no tiene épocas, porque todos los Cuervos somos el mismo. Entonces sé.
Sé de qué se trata. El Urso que dejó la vida, el Mamucho que la lustraba, el
Scotta que la desinflaba, el Pipi que la deja chiquita... y el canoso que
llora, el nenito que balbucea las canciones, el pendejo que se tatuó el escudo,
la madre que teje bufandas de azulgranado intenso, y te besa en la frente si
gana el Ciclón. Todos son lo mismo, todos son el mismo. Cuervos. Cuervas.
Delirantes. Fanas. Enamorados. Enfermos. Eternos. Hermosos. Todos somos San
Lorenzo, porque San Lorenzo es esto. Una pasión que se renueva a sí misma, por
amor, por tozudez, así que nadie tiene que contarnos por qué estamos todos acá,
juntos, unidos, avalanchados, pegados en la Legislatura y Avenida La Plata,
multitud de fieles que cubren de banderas las calles y los cielos. Es 15 de
noviembre, como en un sueño, mejor que un sueño, y no hay fantasmas ni
traidores que asusten. Hay un interminable río de brazos, sudor de camiseta,
grito contenido que se suelta, porque soy yo y somos todos, más felices que
nunca.
Yo
peregriné sin rumbo fijo, por canchas antipáticas, por suelos extraños. Me
banqué el descenso, puse el pecho por si venía otro, tragué saliva por la
copita esquiva, fui más Cuervo en las malas que en las buenas, como me
enseñaron de chiquito, siempre envuelto en el mismo trapo. Seguramente vos
también, a los más pibitos les contaron. No importa. Todos saben, todos
entienden. Y somos, en esta incontenible marea, todos el mismo, todos lo mismo.
Y si tenés hijos, y si soñás nietos, sabrás que un día te preguntarán por éste,
el día de la vuelta, del regreso irresistible, cuando el mundo recuperó una
patria y vos, tu dignidad de Cuervo. Querrán saber si estuviste ahí, para estar
ellos, a través tuyo, bebiendo tu relato. Querrán saber de los abrazos, los
llantos, las promesas, los cantitos, el sabemos que vamo’ a volver a Boedo, de
guapos, de Cuervos, los miles en todo el mundo que se suman porque somos uno,
el mismo, irrepetibles. Querrán escuchar un episodio más de esta leyenda
maravillosa, sin principio ni final, porque pareciera que San Lorenzo siempre
existió y siempre estará, a pesar de los años y los momentos vividos. Porque el
Gasómetro siempre estuvo y siempre estará, él también, revivido por la misma
fórmula de siempre: el amor de sus hinchas, piel de Cuervo, alas de vuelo
eterno. Millones que son uno, en el mágico barrio donde caben todos, metro
cuadrado a metro cuadrado, y de donde no piensan irse jamás. Nunca más.
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