Edición impresa 238
La
acelerada votación de la Ley de Restitución Histórica nos hizo vivir a los
hinchas de San Lorenzo una de las noches más emocionantes de nuestras vidas.
Acá, una crónica de una jornada inolvidable. A disfrutarla.
Por
Jorge Fuentes
“Una
luz en el horizonte”. Ese era el título de la nota que estaba escribiendo el
jueves a la tarde/noche para esta edición de La Revista del Ciclón. El artículo era sobre el presente
futbolístico del Ciclón, sobre la mejoría que había evidenciado el equipo desde
la llegada de Juan Antonio Pizzi, pese a los pocos puntos sumados. Pero a las
16, cuando empezó en las redes sociales el runrun
del adelanto de la votación en la Legislatura, el corazón empezó a latir
fuerte y los dedos, a petrificarse. Apenas el índice derecho parecía funcionar
correctamente. Pero solo era para apretar F5 y actualizar el twitter que tiraba
informaciones de las más diversas. “Se vota hoy”. “Se pasa para el martes”.
“¡Todos a la Legislatura!”. “No vengan a la Legislatura”. Imposible
concentrarse en escribir una nota con semejante incertidumbre. Encima, Gastón,
mi amigo y director de esta revista, estaba como loco llamando a la imprenta
para que, por las dudas, se frene la impresión de la tapa, que tenía un 22N
gigante.
Las horas pasaban y las dudas aumentaban. Nos estábamos volviendo
locos. ¿Qué hacemos? ¿Vamos a la Legislatura? ¿Seguimos haciendo la revista por
si no se vota? Resolvimos seguir laburando hasta que se confirmara por sí o por
no. Pero, en realidad, la única tecla que se apretaba seguía siendo la del F5.
También hubo mensajes y llamados con amigos y dirigentes que estaban dentro del
recinto. Todos nos decían cosas distintas. Sobraban las conjeturas y escaseaban
las certezas. Ellos también se estaban volviendo locos. Con el paso de los
minutos, los alrededores de la Legislatura se fueron poblando de cuervos. Todos
locos. Eran cada vez más. Hasta que llegó el anuncio oficial: se vota hoy...
Ahora
sí, a apagar la computadora, a manotear la Penalty con la publicidad de
Medicorp, la misma que llevé a Rosario el 25 de junio de 1995, y a buscar a
Gastón para irnos de San Justo para el Centro. Luego todo fue como meterse
dentro de un sueño. Un sueño loco. Con miles de locos. Estacionamos el auto a
una cuadra de la Legislatura, bajamos, y al toque nos abrazamos con unos
cuervos que no conocíamos y que corrían hacia Perú al 100, como nosotros. Una
cosa de locos. “¡50 a 0, Jorgito. Volvimos!”, me recibe Juan Foglia, amigazo
que tuvo la suerte de estar laburando adentro del recinto, mientras nos
fundimos en un abrazo de alas negras. “Abrazo de las negras”, eso es de
Eduardito Bejuk. ¿Dónde está Edu? Lo llamo. No responde. Después me entero que,
por laburo, tuvo que viajar a Coronel Suárez y que estuvo saltando solo en una
plaza. Como un loco. Lo vuelvo a llamar. Me atiende y nos abrazamos. Como lo
hicimos en el césped del Gigante de
Arroyito, en el 95, pero por teléfono. Sí, un abrazo por teléfono.
Estamos locos...
Mi viejo, mi primo, mis hermanos, que no están ahí conmigo también
están abrazándome. Parece loco, pero es así. Lo busco a Matías, el presidente,
otro amigo que me regaló el Ciclón. No lo encuentro. Ya lo voy a abrazar a él
también. El presidente de la vuelta, otra cosa de locos. También quiero abrazar
a los pibes de deboedovengo, que en la misma época en que arrancamos con la
revista, allá por 1999, ya hablaban sobre la imperiosa necesidad de volver a
Tierra Santa. Y a los integrantes de la Subcomisión del Hincha, incansables
militantes de esta causa. Todos locos, claro.
Pero al que más quiero abrazar es
al más loco de todos. Un loco lindo. Aunque muchos pensaron que estaba loco en
serio. Adolfo Res, el historiador que hizo historia. El superhéroe de esta
novela. El motor de la vuelta a Boedo. El que vio “una luz en el horizonte” y no
paró hasta llegar hasta ahí. Pero no me lo cruzo. Seguramente lo haré hoy. Y lo
voy a abrazar y le voy a dar las gracias personalmente. Mientras tanto sigo
cantando y saltando en Avenida La Plata al 1700. Como un loco. Con un montón de
locos.
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