No puedo vivir sin vos
por Eduardo Bejuk
San Lorenzo, como el Papa (ojo: un hincha del Ciclón suena
como candidato), tiene móvil (Papamóvil, Cuervomóvil). Y millones de fieles. Y
hace milagros. Y te lleva al Cielo –después de sufrir infiernos– para
resucitarte el alma con sonrisas inesperadas, en el último minuto. Ir a verlo
es religioso, nuestra misa, de viernes, sábado (como hoy) o domingo, con el
rosario en la boca (¿y la calculadora archivada? ¡ojalá que sí!), en el nombre
del padre, del hijo (tristelmísimo) y del santo espíritu que nos envuelve en la
locura de este sentimiento, coro de ángeles que te jura que siempre te va a
acompañar. No hay nada como esto. No se puede vivir sin la liturgia de Boedo,
la tierra prometida que parece tan cercana, de vuelta nuestra, para que sin
distinciones de raza, credos ni religiones (lo único irrenunciable es el amor a
la azulgrana), soñemos con el Nuevo Nuevo Gasómetro, o el de siempre, o el que
nos imaginamos para el 2016. ¡Vaya año que pasamos!.... Vaya lágrimas que
lloraron nuestros santos (las del Pipi, nunca las voy a olvidar), qué cantidad
de rezos y abrazos e historias que alcanzarían para llenar una Biblia, y que ya
son parte de nuestra razón de ser. ¿Qué haríamos sin este berretín de CASLA en
el pecho? Sufriendo o gozando, en las buenas y en las malas, nada se parece a
la vertiginosa sensación de vivir pegado a San Lorenzo, de nariz al alambrado,
con el grito listo y la remera revoleada. Llueven papelitos, arrecia el
golpeteo de botines y se abre el cielo en dos, cortado al medio por 11
jugadores y millones de Cuervos, preparados para ser lo que más les gusta:
hinchas del Ciclón, de la cuna a la eternidad, durante 90 minutos que en
realidad son toda la vida.
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