Nota de la edición impresa 240
Dale,
Pipi
Por Eduardo Bejuk
Volvé,
dale, volvé, que todos los corazones están en vilo por tu regreso. Escuchalos
en la tribuna, con el latido que los hace inconfundibles. Y gloriosos.
Pisá
la cancha, aunque sea un ratito, con tu chuequera de diez en la espalda, la
pierna magra pero maga, el botín brillante, lustrado para tu vuelta que nos
desvela a todos.
Vinimos
a verte, con ansiedad de fútbol perdido. Y no te pedimos más gambetas que las
posibles, ni más caños de los exigibles. Nada más entrá, jugá un ratito, tocá,
corré, divertí y divertite, sudá tatuajes que del baño de ovación nos
encargamos nosotros.
Te
vimos volar desde chico, aquel vamos vamos los pibes donde estrenaste
flequillo, y sonrisa pícara, y zig zag con la pelota atada a tu destino,
potrero puro, como el de antes, para sacarnos sonrisas en un par de segundos.
Desde entonces jamás olvidamos tu nombre, aunque siempre preferimos llamarte
por el apodo. Ni Leandro, ni Romagnoli. Simplemente, Pipi.
Y
nos deslumbraste con cien trucos inolvidables, con malabarismos de campeón
2001, y cuando te fuiste quedó un vacío que no se terminó de llenar nunca.
Hasta que volviste, más maltrecho que antaño, un héroe diferente, más terrenal
que indestructible.
Y
nos gustó más esa versión, Pipi, mirá lo que son las cosas. Porque en el
lamento del descenso que arremetía, cuando más quemaba la bocha, vos pusiste el
pecho y quedaste en carne viva, con el corazón en una mano, y el CASLA
invencible en la otra. Fue ese día de leyenda, el 3-2 a Ñuls, cuando más te
metiste en todos nosotros. Por cada lágrima, por cada gambeta, por cada
pase-gol que inventaste, fuiste más ídolo que nunca, más diez, más San Lorenzo.
Así que dale, volvé de una vez, calzate la azulgrana y acariciá la redonda.
Quiero verte otra vez, Pipi, y no te vayas nunca.
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