(Edición impresa 234)
por Eduardo Bejuk
La imaginación al poder
Imagino una cancha llena, como manda
la historia.
Imagino una previa recargada de
nervios, mariposas en el estómago, nudo en la garganta, encuentros de abrazos y
palmadas con gestos reconcentrados, cómplices de este momento de angustia, a la
espera de un guiño que nos devuelva la esperanza.
Imagino ritos y cábalas
desempolvadas, rosarios en la boca, estampitas, rezos paganos al Dios fútbol,
rezos desesperados al padre Lorenzo, vos de 5, curita fundador, el Papa de 9 y
Jesucristo de 10.
Imagino la víspera a medio dormir,
la cena atragantada, el licor de la esperanza, el champán en la heladera por si
las moscas, porque quién te dice que no terminemos celebrando otro milagro.
Imagino la bandera planchadita, el
gorro arrugado, la camiseta en la piel sin perfume, puro sudor, excitación que
nos devolverán los 11 muchachos que esta tarde nos alterarán las pulsaciones.
Imagino un partido de infarto.
Imagino, sueño, pido, rezo, me
ilusiono, imploro, por un par de goles y el abrazo, y el llanto, y la avalancha
que nos debemos hace rato.
Imagino atajadas salvadoras de
Migliore, cabezazos a la red de Gigliotti, gambetas picantes del Pipi, surcos
laburados por Buffarini.
Imagino un festejo con remeras al
viento, girando sobre miles de cabezas trasnochadas, en cueros, felices como
niños, desgarrándonos las gargantas porque nos vamos a salvar de todo.
Imagino todo eso, porque no me queda
otra cosa.
Porque sufrimos toda la semana, de
un año a esta parte, y ya no sabemos qué pensar, qué decir, qué hacer.
Dejame imaginarme lo mejor, mi San
Lorenzo querido, porque tengo que seguir adelante, dándote mi corazón cuando
más lo necesitás. No sé si es mucho o es poco. Es todo lo que tengo, es todo lo
que tenemos...
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