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sábado, 8 de septiembre de 2012

La columna del Hermano Cuervo: Lo que todavía nos debemos


por Eduardo Bejuk

Nunca deja de dolerme, y quizás a vos te pase lo mismo, comprobar que la calidad institucional de San Lorenzo sea inversamente proporcional a la grandeza de su gente, de su maravillosa historia y de su leyenda incomparable. Qué paradoja: nos fundó un cura y, lejos de alcanzar la paz espiritual, vivimos en conflicto permanente desde nuestras propias entrañas. En estos últimos años, el club perdió su lugar en el mundo, dejó escapar miles de socios, se fue al descenso, destruyó las Divisiones Inferiores, cometió atrocidades institucionales y resistió gracias a su pueblo, que resucitó una y mil veces al San Lorenzo de los milagros. Aquel gigante de Avenida La Plata, que abarcaba mucho más que el fútbol, que se había puesto a la vanguardia de los demás clubes, se había transformado en una mera evocación. Así y todo, el Ciclón se las ingenió para sobrevivir en un mundo totalmente nuevo, más salvaje y despiadado, dominado por el negocio y el resultadismo a ultranza. La espina sigue clavada: sabemos, muy dentro de nuestro corazón, que San Lorenzo (como club) está para más. Para mucho más. Si ya nos envidian la historia, el coraje, el compromiso, la locura, el fanatismo, la multitud constante, la marea de pasión azulgrana que cubre el planeta entero... imaginate si volvemos a ser aquel club. El último desastre, obsceno como pocos, estuvo a la vista: después de tres décadas, parecíamos encaminados a repetir los mismos horrores, como si las enseñanzas hubiesen sido en vano... y el sufrimiento no hubiera valido la pena. Todavía en la lucha, sostenidos por los gloriosos brazos de su gente, San Lorenzo tiene una nueva oportunidad. Ya es grande, ya es eterno, ya significa más que un club de fútbol con aroma a barrio, que se transformó en metáfora de amor y felicidad. Le falta (nos falta) pagar la deuda institucional (y moral) para que Lorenzo Massa, allá arriba, pueda descansar el paz.

Pongamos la casa en orden. Todos juntos. Y ahí sí que no nos para nadie.   

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