por Eduardo Bejuk
Nunca deja de
dolerme, y quizás a vos te pase lo mismo, comprobar que la calidad
institucional de San Lorenzo sea inversamente proporcional a la grandeza de su
gente, de su maravillosa historia y de su leyenda incomparable. Qué paradoja:
nos fundó un cura y, lejos de alcanzar la paz espiritual, vivimos en conflicto
permanente desde nuestras propias entrañas. En estos últimos años, el club
perdió su lugar en el mundo, dejó escapar miles de socios, se fue al descenso,
destruyó las Divisiones Inferiores, cometió atrocidades institucionales y
resistió gracias a su pueblo, que resucitó una y mil veces al San Lorenzo de
los milagros. Aquel gigante de Avenida La Plata, que abarcaba mucho más que el
fútbol, que se había puesto a la vanguardia de los demás clubes, se había
transformado en una mera evocación. Así y todo, el Ciclón se las ingenió para
sobrevivir en un mundo totalmente nuevo, más salvaje y despiadado, dominado por
el negocio y el resultadismo a ultranza. La espina sigue clavada: sabemos, muy
dentro de nuestro corazón, que San Lorenzo (como club) está para más. Para
mucho más. Si ya nos envidian la historia, el coraje, el compromiso, la locura,
el fanatismo, la multitud constante, la marea de pasión azulgrana que cubre el
planeta entero... imaginate si volvemos a ser aquel club. El último desastre,
obsceno como pocos, estuvo a la vista: después de tres décadas, parecíamos
encaminados a repetir los mismos horrores, como si las enseñanzas hubiesen sido
en vano... y el sufrimiento no hubiera valido la pena. Todavía en la lucha,
sostenidos por los gloriosos brazos de su gente, San Lorenzo tiene una nueva
oportunidad. Ya es grande, ya es eterno, ya significa más que un club de fútbol
con aroma a barrio, que se transformó en metáfora de amor y felicidad. Le falta
(nos falta) pagar la deuda institucional (y moral) para que Lorenzo Massa, allá
arriba, pueda descansar el paz.
Pongamos la casa
en orden. Todos juntos. Y ahí sí que no nos para nadie.
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