La columna del Hermano Cuervo, de Eduardo Bejuk
Santo Padre
El encanto de ser Cuervos, tan difícil de poner en palabras,
tan fácil de expresar en la tribuna, tiene estas cosas. La insondable capacidad
de resurrección. El ingenio sin par. La música en las venas. El optimismo, aun
en las ocasiones más descorazonadoras. El milagro latente. La templanza en la
adversidad. La alegría, pase lo que pase. Y el aguante (término tan utilizado a
la ligera). Hay más, por supuesto, y todos están invitados a descubrirlas. Esta
tarde es una buena ocasión. Llega Juniors (el hombre con cara de niño) y la
fiesta está por comenzar.
Me lo enseñaron de chiquito, en aquella infancia camboyana huérfana
de títulos, pero pletórica de mística azulgrana: dale, dale, cantale que son
hijos nuestros. Demasiado joven para entender los vericuetos de la paternidad,
me limitaba a seguir la corriente. Y, ya más grandecito, entendí perfectamente.
Y me enteré de cuando el Bambino les metió cuatro y ellos se fueron en el
entretiempo; o cuando Sanfi les hizo un gol de taquito, a los pocos segundos de
juego; o que el Negro Bennett les bailó salsa en la Bombonuestra (cuando vamos
nosotros, es nuestra, siempre); y que el récord argentino de 13 victorias
consecutivas lo conseguimos ante ellos (cocazo de Capria, singing in the rain);
y aquel 4-3 a la mañana, con goles de Pipo (padre ejemplar y cumplidor en cada
clásico) cuando el Beto Acosta se había intoxicado gravemente (bosterismus
amargumin); o cuando el propio Beto le clavó un zapatazo inolvidable al Mono,
en cancha del otro pequeñuelo, en una Liguilla de finales de los 80’s...
Y así podríamos seguir, Hermano Cuervo, extasiados de tanto
Santo Padre (hoy no te olvides de nosotros, allá en el Vaticano), disfrutando
de ser la Gloriosa Hinchada de San Lorenzo, padre del folclore, abuelo del
ingenio, antepasado tuyo, pequeño hijo, que ahora sí, diría Francesco, podés ir
en paz.
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