Nota de la edición impresa 243
Por Eduardo Bejuk
Algunos clubes miden su gloria en títulos, en copas, en
trofeos más o menos corroídos, con más o menos brillo, apilados en el centro de
una vitrina con olor a museo.
Otros miden su grandeza en goles, en campeonatos, en fugaces
estrellas o ídolos imbatibles, miden su valor en el mercado, hoy que todo se
compra, hoy que (casi) nada se da.
Pero hay sólo uno –también con títulos, con triunfos
memorables y jugadores que merecen ser tatuados en el antebrazo– que eligió
medir su gloria de otra manera. Inédita, desconcertante, maravillosa,
ingeniosa, genial, revolucionaria: con metros cuadrados.
Si estás leyendo esta revista (estoica desde hace años, al
lado tuyo en otro comienzo de campeonato), seguramente formás parte de esa
locura. Y tu amor por los colores, tu pasión por esta azulgranada excusa que se
te metió en el alma, se mide así, metro a metro, rodeando la manzana de avenida
La Plata, donde el sol nunca se pone. ¿A quién se le hubiera ocurrido? A los
Cuervos, nada más.
Y encima la ilusión de este equipo, con los viejos pibes,
los refuerzos de calidad, la base que pega fuerte en el cuore (el eterno Pipi,
el incansable Buffa) y la sinfónica detrás, con el mítico “volveremo' a estar
contigo” que obliga al copyright (si no, en España, le dan el crédito a
cualquiera). Ya se palpita en la calle: cunde cierto recelo porque ya no
aparecemos en la tabla de abajo; porque ahora los jugadores se tiran de cabeza
para venir; porque el club se está poniendo de pie, gracias a la unión de su
gente, y tenemos ganas de festejar. ¿Sabés lo que creo? Que lo merecemos. Por
estar, por asombrar, por alimentar nuestra épica, por cada uno que juntó el
manguito y compró su metro cuadrado, la forma que eligió San Lorenzo para medir
su grandeza, y poner la vara allá en el cielo, tierra de Cuervos y Santos.
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