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domingo, 4 de agosto de 2013

La columna del Hermano Cuervo

Nota de la edición impresa 243

Por Eduardo Bejuk


Algunos clubes miden su gloria en títulos, en copas, en trofeos más o menos corroídos, con más o menos brillo, apilados en el centro de una vitrina con olor a museo.

Otros miden su grandeza en goles, en campeonatos, en fugaces estrellas o ídolos imbatibles, miden su valor en el mercado, hoy que todo se compra, hoy que (casi) nada se da.

Pero hay sólo uno ­–también con títulos, con triunfos memorables y jugadores que merecen ser tatuados­­ en el antebrazo– que eligió medir su gloria de otra manera. Inédita, desconcertante, maravillosa, ingeniosa, genial, revolucionaria: con metros cuadrados.

Si estás leyendo esta revista (estoica desde hace años, al lado tuyo en otro comienzo de campeonato), seguramente formás parte de esa locura. Y tu amor por los colores, tu pasión por esta azulgranada excusa que se te metió en el alma, se mide así, metro a metro, rodeando la manzana de avenida La Plata, donde el sol nunca se pone. ¿A quién se le hubiera ocurrido? A los Cuervos, nada más.


Y encima la ilusión de este equipo, con los viejos pibes, los refuerzos de calidad, la base que pega fuerte en el cuore (el eterno Pipi, el incansable Buffa) y la sinfónica detrás, con el mítico “volveremo' a estar contigo” que obliga al copyright (si no, en España, le dan el crédito a cualquiera). Ya se palpita en la calle: cunde cierto recelo porque ya no aparecemos en la tabla de abajo; porque ahora los jugadores se tiran de cabeza para venir; porque el club se está poniendo de pie, gracias a la unión de su gente, y tenemos ganas de festejar. ¿Sabés lo que creo? Que lo merecemos. Por estar, por asombrar, por alimentar nuestra épica, por cada uno que juntó el manguito y compró su metro cuadrado, la forma que eligió San Lorenzo para medir su grandeza, y poner la vara allá en el cielo, tierra de Cuervos y Santos.

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