El
gran nivel que viene mostrando San Lorenzo, que alcanzó su punto más alto en el
3-0 a Gimnasia el sábado pasado, tiene varios “culpables”. Es obvio que la
jerarquía de los jugadores que integran el plantel es clave para este presente,
pero no se hubiera conseguido este funcionamiento sin el trabajo de Pizzi, que
le dio al equipo una identidad claramente ofensiva. Consolidar este rendimiento
es el gran desafío.
por Jorge Fuentes
La
sonrisa dibujada en la cara. La mirada en la cancha y no en el reloj o en el
celular para chequear cuánto falta. El corazón latiendo a ritmo normal, sin
taquicardia. Y las manos rojas de tanto aplaudir. Hacía rato que todas esas
cosas no confluían simultáneamente en el cuerpo de los hinchas de San Lorenzo.
Pero ocurrió el sábado pasado, mientras el Ciclón jugaba el mejor partido en
mucho tiempo, ante Gimnasia, y le ganaba por 3 a 0. No da para descorchar (porque
aun no se ha ganado nada) ni para pensar que porque se le ganó de esta manera
al Lobo con el resto de los equipos va a suceder lo mismo. Pero sí para
celebrar que la actuación del Ciclón ante los de Pedro Troglio no fue producto
de la casualidad. Porque San Lorenzo hace rato que está en la búsqueda de un
rendimiento como el que tuvo contra los triperos. De hecho, en varios pasajes
de este torneo y del anterior ha exhibido actuaciones similares. En lapsos más
chicos, es cierto, pero dando señales de una construcción de identidad que, a
medida que pasan los partidos, parece estar cada vez definida. Y que está muy cerca
de lo que soñábamos los cuervos hace no mucho tiempo.
Para Pizzi lo que es de Pizzi
De
manera increíble, y solo un año después de haber estado a 35 minutos de jugar contra Crucero del Norte, varios
cuervos vienen expresando críticas con una inusitada virulencia a Juan Antonio
Pizzi. Ni siquiera sus extraordinarios números (lleva 20 triunfos, 16 empates y
siete derrotas) hicieron suavizar esas quejas que, por momentos, traspasaron la
línea del respeto. Sin embargo, el DT continuó con su tarea sin mirar hacia el
costado. Haciendo autocríticas, como la que realizó luego de haber eliminado por
penales a Estudiantes de Buenos Aires por la Copa Argentina. Volviendo sobre
sus pasos para modificar las cosas que no estaban funcionando (la marca hombre
a hombre en lugar de la marca zonal en las pelotas paradas).
Y aprovechando el
excelente material que dispone en cantidad y calidad gracias al muy buen
mercado de pases realizado por la dirigencia. También fue rápido para rearmar al
equipo luego de la lamentable lesión de Martín Cauteruccio, el goleador del
Ciclón y principal arma ofensiva que tenía dentro del plantel, ubicando a
Gonzalo Verón como único delantero e incitando a que los volantes y defensores
quiebren líneas y lleguen al área rival para definir (Ignacio Piatti y ¡Pablo
Alvarado! lo mostraron a la perfección ante el Lobo). Todo esto, en un marco de
dominio territorial y de posesión de balón abrumadores, algo que se vio no solo
en los mejores partidos sino también en los que el Ciclón no jugó bien o no
pudo ganar. En todos, mientras pudo, se jugó al ritmo de la propuesta de San
Lorenzo, algo que vale la pena subrayarse luego de bastante tiempo en que el
Ciclón salía a la cancha a presenciar los partidos más que a protagonizarlos.
Es
imposible saber cómo vamos a terminar el año. La futurología y el fútbol nunca
se llevaron muy bien. Sin embargo, el presente nos devuelve una imagen
tranquilizadora. Y también esperanzadora, claro. Porque estamos en la final de
la Copa Argentina. Porque estamos peleando bien arriba en el Torneo Inicial.
Porque el equipo juega (o intenta jugar cuando no le sale) de acuerdo a lo que
marca la historia del Ciclón. Porque hay jugadores de muy buen pie. Y porque
hay un técnico laburante, que piensa en el arco de enfrente sin comer vidrio.
Ahora
vendrá el momento más difícil de todos: que esta linda realidad se consolide y
sea duradera, algo que podrá lograrse si se sigue transitando por este camino
de paz y armonía que hoy reina en el club. Mientras tanto, vale la pena
dedicarnos a disfrutar un poco. Sin estar esperando que un cabezazo salvador de
Walter Kannemann nos devuelva el alma al cuerpo. Con una sonrisa en la cara. Y
sin arritmias cardíacas.
(Nota de la edición impresa, págs. 6 y 7)
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