por Eduardo Bejuk
De
una década a esta parte jugamos varias finales.
Repasá
y andá al 2003. La de la Recopa Sudamericana, resabio de aquel equipazo que
nació con Sir Manuel Pellegrini y que continuó, con menor peso específico, de
la mano del Gallego Insúa (todavía quedaban Saja y Michelini en el plantel).
La
del triangular, cuyo "sorteo" aún lamentamos.
La
del 8M, que no lo fue pero se disputó como tal. Qué atrocidad.
La
Promo, a cancha llena y con el corazón en la mano.
La
vuelta a Boedo, la más épica de nuestra historia: vos la jugaste, dejando el
alma, marcha a marcha, plaza a plaza. Y el Ciclón la ganó por goleada.
Y
ahora, después de mucho tiempo, como despertándonos de un mal sueño, despabilados
de tanto desastre, asoma otra. Final. Literal. Mano a mano. El increíble salto
que surca el abismo y nos deposita en la definición de la Copa Argentina, para
sumar otra estrella, para imprimir el pasaje a la Histérica Libertadores de
América, para que cada Hermano Cuervo del mundo festeje de nuevo, como se
merece después de tanto padecer, de tanto aguante, del peor insomnio que nos
atacó y, Dios y Francisco mediante, no tiene que molestarnos nunca más.
Es
lindo imaginarlo. Y eso ya es mucho. Queda clarísimo: el gigantesco cambio que
nació en la dirigencia, sumado al compromiso de cada socio y cada hincha, hizo
posible esta realidad. No me olvido dónde estábamos hace poquito, con la
angustia a cuestas, refrendando nuestra grandeza y capacidad de ser fieles en
las situaciones más complicadas. Lo juramos, como si hiciera falta: en los
malos momentos, siempre te vamos a acompañar, Ciclón querido. Y ahora que
florecen las buenas, soplaremos el aliento que nos hizo una leyenda. ¡Qué lindo
verte en otra final! ¡Qué hermoso es ser hincha de San Lorenzo!
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