Por Eduardo Bejuk
Podrán pasar mil años
Diez años son muchos. Tantos que esta revista nació el Siglo pasado y, en esa época, si veía en la calle a Ramón Díaz, seguro le recordaba su estirpe gallinácea y acto seguido, a la bendita madre que lo vio parir. Y si pasaba por la puerta del Monumental, me amargaba al imaginar que nunca saldría feliz de ese silencioso y atroz lugar. Y me reventaba eso de “ni una Conmebol”, aunque sabía que ya levantaríamos una Copa internacional.
Y con Huracán descendido (año 99), extrañaba el clásico. Y el único Pellegrini que conocía se corría en el hipódromo de San Isidro. Y Pablo Michelini era un tipo que había jugado en Deportivo Español, Pipi Romagnoli un pibito que pintaba bien y Sebastián Saja... ni sabía quién era.
Y con Huracán descendido (2003), extrañaba el clásico. Y soñaba con dar una vuelta olímpica en el Nuevo Gasómetro (y mientras, gastaba la cinta del VHS con las inolvidables imágenes del Rosariazo del 95). Y palpitaba que ese Romeo, tarde o temprano, iba a quedar en el corazón de la gente.
Y un tal Viggo, justamente en 1999, comenzaba a filmar una película en Nueva Zelanda que llevaría el nombre de El Señor de los Anillos (y se llevaba, además de varios kilos de yerba, un banderín de San Lorenzo).
Y el Rojo de Avellaneda tenía cancha. Y si me hablaban de Blanquiceleste, pensaba en un jabón para lavar la ropa. Y Boca era hijo nuestro.
Pará. Claro. Hay cosas que nunca cambian. Como el amor de esta gente, la hermosa gente de la Revista del Ciclón, por los colores de San Lorenzo. Así pasen mil años.
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