A vos te conozco
Por Eduardo Bejuk
Uno no puede negar lo que es. Su esencia. Su origen. Y la historia que lo define, con los momentos hermosos que añora y las cruces que carga, con toda la dignidad posible. El San Lorenzo estelar y rutilante nos dejó casi siempre con las manos vacías: regaló copas, jugó con desdén, se peleó con la gente y decepcionó a los analistas de turno. Le sobraba calidad, decían, pero le falta algo. Y no había hincha del Ciclón que fuera capaz de identificarse con su equipo. Simplemente, no era San Lorenzo, porque San Lorenzo es otra cosa.
Este plantel, con nombres más modestos, menos chapa y algunos hasta hace poco desconocidos, está cambiando las cosas. Porque su nuevo símbolo es Romeo --el último gran ídolo legítimo-- y su ejemplo de perseverancia y amor por una camiseta marca un camino (vaya rareza en estos tiempos); porque van siempre para adelante, aún perdiendo; porque aparecieron varios juveniles que nos obligaron a desempolvar aquel emocionante “vamos, vamos los pibes”; porque volvió el Pipi, otro producto made in Boedo, resignando plata (vaya rareza en estos tiempos); porque con Simeone, guste o no su estilo de juego, el que no se compromete no juega; porque Rivero volvió a ser el Rivero que alguna vez nos enamoró; porque comenzó a generarse una mística que, ojalá, permanezca y ponga al Ciclón allá arriba, en la Sudamericana o el campeonato, nos clasifique a la Libertadores y nos invite a soñar en grande (ya saben qué).
Huevo, corazón, pibes nuestros, hambre, alguna gambeta, triunfos agónicos y sufriendo... Sí, señor, eso sí es San Lorenzo. Nos identificamos. Y por eso, esta tarde, vino tanta gente a ver al Ciclón.
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