Las piñas que más duelen
Por Eduardo Bejuk
Los Camboyanos también se agarraban a trompadas. Y muchos estaban peleados entre sí. No había, sin embargo, camionetas 4x4 alrededor suyo, ni jugaban a la play-station, ni cobraban al día, ni tenían facebook. Otras épocas. Más románticas, uno cree, porque la nostalgia tiñe todo de otro color y nos retrotrae a momentos felices, jóvenes, donde el juramento de amor a San Lorenzo iniciaba su camino de fidelidad inquebrantable.
El anterior plantel fue, seguramente, uno de los más cuestionados de la historia, repudiado de una forma pocas veces vista. Y varios de sus líderes puertas adentro ya no participan de la vida interna, apuntados como los principales responsables de una decepción mayúscula. La mentada “limpieza” la hizo la gente más que la dirigencia. Y empezó otra etapa, con algunos caciques conocidos y otros recién llegados. Rivero --cinta de capitán al brazo-- cambió su actitud, asumió el liderazgo y se transformó en figura, secundado por el idolatrado Bernie Romeo.
Mientras tanto, Migliore (con doble mérito por el rechazo inicial que causó su contratación) y el Kily González encabezaron la nueva camada y convencieron a todos de su aporte positivo. De repente, San Lorenzo conformó un grupo con aires camboyanos: ganando o perdiendo, jugando bien o mal, de local o de visitante, uno sabe que el equipo deja la vida, contagia, invita a seguirlo y no decepciona nunca desde lo emocional.
Punteros, cerca de la semi de la Copa, felices... Hasta que Civelli y Pintos nos llenaron de viejos temores. No. Por favor. ¡Otra vez no! Si el grupo se contamina, ya sabemos lo que se viene. Esta tarde, muchachos, seamos camboyanos: las piñas las dejamos en el vestuario. Y en la cancha, el corazón.
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