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martes, 20 de abril de 2010

La columna del hermano Cuervo

por Eduardo Bejuk
En busca de la paz perdida

Cuando estuvo en el país para inaugurar la capilla, no bien terminada la ceremonia, Viggo Mortensen fue a comer a un restorán. Fue con varios miembros de la Comisión Directiva, algunos hinchas y amigos. Todos de San Lorenzo. En un momento se levantó y empezó a recorrer las mesas, con el cuervo de bronce en la mano (el que trajo desde Estados Unidos para que ocupe un lugar en la capilla) y, en una de las mesas, alguien lo desafió. “Yo beso al cuervo si vos besás esto”, le dijo, y sacó un carnet. El carnet del club atlético Huracán. Viggo se sorprendió y, al rato, ya estaba enfrascado en el ida y vuelta de chicanas, hasta que de alguna forma hizo que el Quemero tocara la escultura en cierta parte de la anatomía del ave. Y ahí sonrió.

En los misteriosos confines de Boedo, Parque Patricios y San Cristóbal, allí donde el tiempo a veces retrocede y nos muestra un chispazo de un Buenos Aires que ya no es, historias como ésa siguen flotando. Las conocen los que frecuentan el lugar, los que respiraron ese aire aporteñado, y para el resto del mundo supone un misterio, apenas una anécdota. Pero sobreviven. Y son el único bastión contra la realidad de estos tiempos, donde los hinchas tienen miedo de ir a la cancha, las madres rezan y recomiendan, portar una camiseta baja las probabilidades de vida y hay tanta policía alrededor, tanto palo y caballo y casco y bala de goma y gases, que no se entiende dónde está la diversión en todo este asunto.

El país se desangra en la intolerancia; el mundo, también; y en un San Lorenzo vs. Huracán, “reflejo de la sociedad en que vivimos”, el odio se agita desde las redes sociales, los foros de Internet y los cantitos amenazantes. Y no hay espacio para las chicanas, las cargadas, el ida y vuelta en un bar. Aragorn y su ejército de utópicos, además de luchar contra la intolerancia y el odio, no piensa dejar de cantarles y batir las palmas y recordarles que la última vez que salieron campeones ser hippie era toda una novedad. Pucha que pasó el tiempo. Cuando quiero volver, me doy una vuelta por el barrio. Respiro aires añejos. Cargo y me cargan. Y me siento en paz.