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martes, 17 de noviembre de 2009

La columna del Hermano Cuervo

El orgullo nacional

Por Eduardo Bejuk

La mitología futbolera --a veces puro mito, a veces pura realidad-- nos ubica en las antípodas de Independiente. Ellos, dice la mitología, presentan un bajo contenido de glucosa en la sangre, sólo van a la cancha cuando el equipo está de buenas, tienen récord de carnets destrozados y su negro paladar les impide disfrutar triunfos que no se hayan logrado en base a buen juego y calidad. Los Hermanos Cuervos, en cambio, quedaron inmortalizados como fieles seguidores aún en épocas aciagas, con un paradigma jamás igualado: la peregrinación durante el Ascenso.

Claro: Independiente nunca se fue a la B y, supone la mitología, su reacción ante tamaña tragedia futbolera habría sido muy diferente a la nuestra. ¿Llenar solos la cancha de River? Ja... Ni hablar de su colección de histéricas Copas Libertadores, que nos enrostran cuantas veces pueden, aunque la última se remonte a 1984 (cuando en el cine estrenaban Los Cazafantasmas, Michael Jackson cantaba Thriller y el Globo nunca se había ido al descenso). Mirá si pasó tiempo...

No hay idiosincrasia más lejana a la nuestra. Porque ellos detestan sufrir y nosotros nacimos para eso. Santos y Diablos. Pasión y Razón. Orgullo (de dientes apretados) y Orgullo (de nariz respingada). En los últimos tiempos, la brecha se empezó a acortar: ya no nos llevan tantos partidos, ni tantos campeonatos, ni tantos puntos en la tabla histórica (de hecho, hay un virtual empate). Y quizás su gente se haya edulcorado, porque la cultura del aguante nos igualó a todos.

La esencia, sin embargo, permanece. Es un clásico. Nos encanta jugarlo. Porque con Independiente somos distintos y, en el marco de la paz y la tolerancia, en cada duelo nos jugamos algo más. Una forma de sentir el fútbol, un sentimiento que no lo alteran los triunfos, las copas, ni los malos tragos. Porque muchos saben beber del dulce licor de los éxitos, pero pocos se bancan el cítrico fondo blanco de las amarguras. Nosotros sabemos de eso. Orgullo, se llama.

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