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lunes, 2 de mayo de 2011

¿Dónde quedó tu orgullo, Ramón?

(Edición impresa 224)

El Pelado Díaz no sólo perdió el coraje y la audacia a la hora de plantar sus equipos y plantear los partidos. También se guardó en el bolsillo el amor propio y se fue en el momento menos indicado, en el que jamás lo haría ningún sanlorencista, a días de un clásico y con la oportunidad de tomarse revancha.



por Aquiles Furlone

El segundo ciclo de Ramón Díaz en San Lorenzo llegó a su punto final el pasado domingo tras la derrota ante Tigre (quinto partido consecutivo sin sumar de a tres) y así se cumplió a rajatabla aquella vieja máxima que habla de lo poco felices que suelen ser las segundas partes.
¿Por qué? El presente y el funcionamiento del equipo en el campeonato alcanzan para darle respuesta a esa simple pregunta, pero hay varios motivos más para considerar un fracaso, en este nuevo paso del riojano por el Ciclón:
-Después de un torneo en el que debió arreglarse con lo que tenía o con lo poco que le trajeron, para este Clausura se formó un plantel más que importante, con dos incorporaciones de lujo como Ortigoza y Salgueiro que fueron motivo de envidia de muchos.
-Sus números en este ciclo dejan bastante que desear: el equipo está debajo de mitad de tabla, a seis unidades del líder. De 90 puntos disputados apenas obtuvo 39. En 30 partidos dirigidos hubo 10 victorias, 10 derrotas y 10 empates. Sólo si se agrega su primera etapa en el club, con lo que suma 98 partidos en el banco, llega a un relativamente interesante promedio de 55,78% de puntos ganados.
-Su aporte al crecimiento de inferiores fue casi nulo, ya que únicamente dos pibes, Fernando Gutiérrez y Fabricio Pedrozo, tuvieron la oportunidad de debutar en Primera. Sólo Néstor Villalba, Nereo Champagne y Cristian Chávez lo habían hecho en la anterior era.
A favor del Pelado habrá que decir que en su momento, con su particular verborragia y su incomparable picardía, puso nuevamente a San Lorenzo en los primeros planos y fue importante para renovar la ilusión de la gente. También, que las apariciones públicas del presidente Carlos Abdo para opinar del funcionamiento del equipo fueron, cuanto menos, desacertadas en tiempo y lugar, y cooperaron en tensar la relación.
Pero lo peor del caso es que Ramón perdió dos virtudes fundamentales. Primero el coraje: aquel DT audaz, que sumaba jugadores de buen pie, que se animaba siempre, que se plantaba bien adelante en el campo rival y que gozaba ser protagonista, mutó en este, amarrete, que acumula volantes de mucha marca y poco juego, que se arrincona contra su arco, que se olvidó la estética en el ropero, que le regala la pelota al adversario y que ruega que un contragolpe perdido o una bomba de otro partido (Aureliano frente a Boca) le salven el puntito.
Lo segundo, lo más triste y lo que duele en el corazón del hincha, es la pérdida del orgullo, porque irse a seis días de jugar contra Huracán y con la chance de tomarse una revancha deseada por todos, no es precisamente un acto de amor propio. Cualquiera de los que hoy colman estas tribunas del Nuevo Gasómetro daría lo que no tiene por sentarse en el banco y dirigir el clásico con el antecedente inmediato de una derrota por goleada. Ramón prefirió otro camino…

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